Y cigoto y yo salimos del cuarto, confusos y con los ojos
doloridos de estar dos horas a oscuras -como los que salían de la Cueva de Platón- y hacemos
tiempo hasta el último bibi y luego nos acostamos, él en su cuna y yo con la
loca y pasamos una noche de ensueño, entre patadas y biberones, sueños
surrealistas y cabezadas mortales de las que me despierto como las locas sin
saber si ya he hecho selectividad o si me toca entregar el último cuadernillo
del periódico que cerró hace siete años.
Y la niña que se mueve más que MC Hammer, patea la cuna cada
tres segundos y el cigoto levanta los brazos como Lola Flores y abre un ojo con
mala leche y amenaza con gritar pero le pongo el chupete y se conforma, pero
solo la primera vez, luego estalla en violencia y la pelirroja se despierta y
tenemos fiesta. Y cambio a la pelirroja de sitio aunque me obligue a estar palpándola
cada tres minutos para que no se suicide cama abajo y al final me levanto y
pongo la barrera al borde del lumbago, que mi colchón pesa seis toneladas.
Y
como enciendo la luz del pasillo, la niña abre un ojo y quiere pis y luego agua
y luego un apartamento en Torrevieja y cuando volvemos, me da tiempo a empezar
un sueño cuando el cigoto gruñe y descubro que es casi su hora de comer y me
levanto a por el bibi, acojonada, antes de que aquello vaya a mayores y se me
despierte la otra y le endiño el bibi, mientras pone caras raras amenazando con
defecar y defeca. Y cuando le cambio el pañal, la gran vomitona. Y le cambio el
body y me cambio el camisón y nos vamos al catre y dejo la mano cadáver –esto es
la mano colgando entre los barrotes para que note mi presencia y se relaje-
hasta que se me cangrena, pero me da igual, sólo quiero una cabezada larga y la
doy, pero sólo hasta que amanece y la pelirroja dice que ya no tiene más sueño
y mientras la soborno para que aguante un rato más, al cigoto le suenan las tripas
y pide el bibi. Y me hago la sorda y meto la cabeza bajo la almohada y la
pelirroja me imita. Y desisto y me levanto. Como diría mi madre, para poca
salud, ninguna. Y los tres majaras nos vamos al salón dando bandazos.
Y al rato llega el pater, como si viniera de Bosnia y me
dice: ‘¡Qué noche más mala he pasado! Y por aquí, ¿qué? ¿cómo ha ido la cosa?
Y le miento, que bastante tiene el pobre con lo suyo y así
igual se me mejora el karma y la próxima vez se me aparece la niña muerta en
camisón y la puedo poner a cantarle colombianas al cigoto. Con lo que le
gustan.